Desde el jueves sabíamos que sería un partido diferente. El anuncio que se jugaría a puertas cerradas condicionó todo. La posterior medida de acreditar sólo a la televisión oficial amplió un panorama no habitual.

Llegamos temprano al estadio y no había nadie. Faltaban los puestos de choripan, los vendores de banderas, chambergos y gorros. No había hinchas caminando por la calle. Una tarde sin folclore.

En el ingreso central los portones estaban cerrados y allí dos controles verificaban los nombres de la lista para aprobar o no el ingreso al estadio. Como la mayoría de los periodistas no podían ingresar montaron en la puerta de ingreso un puesto con todos los móviles de televisión sin derechos.

El campo de juego, los movimientos precompetitivos y hasta el mismo partido podrían formar parte de alguna crónica de Honorio Bustos Domecq: casi igualito al clásico Ser es ser percibido. Un evento sólo para el espectáculo, sin canciones ni banderas, sin hinchas y sin alma.